sábado, 25 de febrero de 2012

Decrecimiento, vivir mejor con menos

Hace poco tuve la oportunidad de ver en clase el documental “Compra, tira, compra” que trata sobre la obsolescencia programada, una práctica que consiste en fabricar productos para que tengan una fecha límite de uso, acortar su vida útil para que fallen y compres otro producto con la intención de incentivar de esta forma el consumo y el empleo. Los orígenes de la obsolescencia programada se remontan a 1932, con la creencia de que esto daría un empujón a la economía y saldrían así de la Gran Depresión,lo que resulta un planteamiento erróneo, pues en épocas de recesión el consumo privado no tira de la economía, ya que las personas no gastan más, sino que se limitan a resguardarse ante posibles problemas y disminuyen su consumo.

La obsolescencia programada provoca un flujo constante de residuos que acaban en países del tercer mundo. Un tratado internacional prohíbe esto, pero los mercaderes usan un sencillo truco, declarar productos de segunda mano productos que en realidad van a la basura, convirtiendo África en el vertedero de Occidente, donde miles de hombres, mujeres y niños rebuscan en estos vertederos electrónicos en busca de piezas de metal que puedan vender,
Este tipo de despilfarro no puede sostenerse indefinidamente, hoy sabemos que los recursos naturales y energéticos con los que cuenta el planeta son limitados y pronto no habrá espacio para tantos residuos.

La obsolescencia programada es un modelo de negocio malo para el usuario y el medio ambiente, no existe un mundo ecológico y otro de los negocios, separados uno del otro, sino un mundo con recursos limitados, por lo que el negocio y la sostenibilidad deben ir de la mano.



Al final del documental aparece la cuestión que quiero abordar, el “decrecimiento”, una corriente de pensamiento político, económico y social cuyos defensores abogan por una economía sostenible y no por un crecimiento ilimitado a costa del despilfarro de recursos, puesto que los recursos no son ilimitados, por lo que debemos reducir nuestra huella ecológica, el despilfarro y la sobreproducción. No se trata de un concepto en negativo, sería algo así como cuando un río se desborda y todos deseamos que ‘decrezca’ para que las aguas vuelvan a su cauce.

Según Serge Latouche, economista Francés partidario de decrecimiento y una de sus caras más conocidas, “Más que construir una sociedad alternativa concreta, el decrecimiento implica desaprender, desprenderse de un modo de vida equivocado, incompatible con el planeta. Se trata de buscar nuevas formas de socialización, de organización social y económica".
Posibles caminos que Serge Latouche […] intenta resumir de manera gráfica y parcialmente en su programa de las 8 R: Revaluar (revisar nuestros valores: cooperación vs competencia, altruismo vs egoísmo, etc.); Recontextualizar (modificar nuestras formas de conceptualizar la realidad, evidenciando la construcción social de la pobreza, de la escasez, etc.); Reestructurar (adaptar las estructuras económicas y productivas al cambio de valores); Relocalizar (sustentar la producción y el consumo esencialmente a escala local); Redistribuir (el acceso a recursos naturales y las riquezas); Reducir (limitar el consumo a la capacidad de carga de la biosfera); Reutilizar (contra el consumismo, tender hacia bienes durables y a su reparación y conservación); Reciclar (en todas nuestras actividades)

No es posible el crecimiento continuo en un planeta limitado. Cada vez resulta más claro que la eficacia económica no sirve para resolver los problemas ambientales, además hemos de tener en cuenta el efecto rebote: aunque disminuye el impacto en el consumo de recursos por de producto, en términos absolutos este consumo incrementándose. Se fabrican coches de bajo consumo y gasolina sin plomo, pero aumenta el número de coches, de kilómetros recorridos y de autopistas; se generaliza el uso de bombillas y electrodomésticos de bajo consumo, pero aumenta el gasto eléctrico y el número de electrodomésticos por familia.

Los países del Norte vivimos derrochando los recursos que la naturaleza conservó durante millones de años, haciendo disminuir cada vez más la biodiversidad e impidiendo el acceso igualitario de la población a estos bienes. La crisis ecológica se hace patente en el agotamiento de los recursos naturales (materias primas y combustibles fósiles), en la destrucción y fragmentación de los ecosistemas y en el desbordamiento en cuanto a niveles de contaminación de los sumideros; al ritmo de consumo actual nos queda petróleo para 40 años, uranio para 70... y los efectos globales de la contaminación cada vez son más alarmantes: cambio climático, etc.

El economista Simon Kuznets, premio Nobel de economía en 1971 por sus labores en el estudio del crecimiento económico, ya nos advirtió en los años 60 al señalar que "hay que tener en cuenta las diferencias entre cantidad y calidad del crecimiento, entre sus costes y sus beneficios y en el plazo corto y el largo. [...] Los objetivos de "más" crecimiento deberían especificar de qué y para qué".

Este enfoque del decrecimiento choca contra la máxima de los gobiernos que nos recuerdan día tras día en plena crisis que "el crecimiento es lo primero".

Para los partidarios de esta alternativa, la palabra decrecimiento parece más adecuada que el término desarrollo sostenible porque su significado es claro: sólo hay un camino posible, vivir con menos, y el reto está ahora mismo en “vivir mejor con menos, en la sociedad de consumo actual se crea un producto nuevo cada 3 minutos pero, ¿Es necesario todo lo que compramos? ¿Es el decrecimiento el camino hacia la sostenibilidad?